Por un tiempo creímos que bastaba con nombrar de otro modo lo que existe. Usábamos el lenguaje como un arma arrojadiza. Jabalina, lanza, flecha. La palabra era el hacha con la que nos abríamos camino en medio del matorral de la realidad. Llamamos libertad al odio visceral que nos invadió las entrañas. Al desprecio lo llamábamos civilización y barbarie a todo lo que no fuera exactamente como nosotros. Invocábamos la ley a cada paso, pero dejamos de creer que cada ser humano es inocente hasta que se pruebe lo contrario. Al contrario. Condenamos a todo el que estuviera en la trinchera opuesta sin detenernos a considerar atenuantes. Nunca admitimos que juzgábamos sin pruebas, que nuestros juicios eran expeditos y sumarios. En el mundo dividido a ultranza en el que vivíamos, ellos eran los únicos que cometían injusticias. Hasta que nos vimos obligados a aprender que toda arma arrojadiza puede devolverse como un boomerang y golpearnos en la frente con la fuerza de nuestra propia furia. Palabras como culpa o enemigo. Odio, venganza, orgullo, responsabilidad. Patria. Justicia, sobre todo justicia.
Cuando vienen y se quieren quedar conmigo, escribo cuentos y los dejo aquí.
lunes, 20 de mayo de 2019
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Datos personales
- Raquel Rivas Rojas
- Soy escritora y traductora. Venezolana de origen. Británica por adopción. Vivo en Edimburgo. Leo y escribo.
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