Cuando vienen y se quieren quedar conmigo, escribo cuentos y los dejo aquí.

sábado, 1 de agosto de 2020

Luna


En este encierro nos aferramos a las rutinas con uñas y dientes los cinco días hábiles de la semana. Pero a veces los viernes dormimos hasta tarde y cuando hace buen tiempo nos vamos a la playa. Tendemos en la arena un trapo azul y blanco que nos recuerda los veranos en el Mediterráneo y nos echamos boca arriba a mirar el cielo. Observamos el vertiginoso vuelo de las gaviotas, descubrimos historias en las nubes y nos asombramos con la belleza diurna de la luna en cuarto creciente. 



viernes, 24 de julio de 2020

Viajes


En este encierro soñamos con vacunas, con antídotos súper eficaces y curas milagrosas. La piel se nos eriza de posibilidades y contamos los días que faltan para un milagro. Leemos, con una especie de temblor en las manos, los resultados de estudios que hablan de eficientes filtros de aire que matan todo rastro del virus. Compartimos las buenas noticias que se riegan como pólvora en las redes. Y nos dejamos tentar por la alegría minúscula de planear un viaje largo en avión, en tren o en barco.


lunes, 29 de junio de 2020

Tarot


En este encierro preferimos no interrogar las cartas del Tarot. El mazo permanece mudo encerrado en su caja. No queremos despertar sus presagios ni destapar sus oscuros augurios. Nos da miedo encontrarnos con la carta suspendida del ahorcado o con la fuerza rampante del león o con la carta en la que se anuncia el último juicio. Nos asusta el anuncio de la torre que se viene abajo de manera estruendosa. No queremos que aparezca con sus tonos sombríos la carta del demonio. Y, sobre todo, nos aterra que salga la carta de la muerte, anunciando que alguno de nosotros va a quedarse esta vez en el camino.

 

viernes, 19 de junio de 2020

Viejos


En este encierro hablamos con los viejos que están del otro lado del océano. Más encerrados y asustados que nosotros. Para distraerlos, les contamos que salimos a montar bicicleta y que caminamos por horas a la orilla del río que está cerca. ¿Ya no hace frío? nos preguntan, tratando de entender por qué pasamos tanto tiempo afuera. Algunos días sí y otros no, respondemos. Los días que hace frío nos quedamos en la casa leyendo, horneando panes y cocinando grandes palanganas de carne molida y caraotas negras. Pero cuando hace calor, antes de salir, abrimos todas las ventanas y dejamos que entren las abejas y el ruido de la calle que cada día es más fuerte.


lunes, 15 de junio de 2020

Pelos


En este encierro nos crecen los pelos y las uñas. Nos salen escamas en codos y talones. Nos olisqueamos sin asco las axilas. Usamos cada vez menos champú. Ya no nos afeitamos ni nos sacamos las cejas. Las canas proliferan y no sabemos dónde quedó el cepillo de peinarse. Todavía nos lavamos la cara y nos cepillamos los dientes dos veces al día. No hemos dejado de bañarnos. Pero lo hacemos más que todo por nostalgia del agua. Porque quién sabe cuándo vamos a poder volver al mar.  


sábado, 13 de junio de 2020

Bicicletas


En este encierro descubrimos otra vez las bicicletas. Después de un largo invierno sin montarlas, las sacamos de su sueño metálico para salir a explorar cada tarde los alrededores. Andamos bajo el sol por senderos de tierra y caminos desiertos, pedaleando veloces frente a las ovejas que nos miran pasar mascando hierba. Nos aventuramos por lugares que no conocíamos y vamos cada vez más lejos con el viento en la cara o en la espalda. Sufrimos en las subidas, pero nos desquitamos con el vértigo de dejarnos caer por las bajadas.


martes, 9 de junio de 2020

Ventanas


En este encierro confundimos pantallas con ventanas. El cielo despejado está adentro y afuera. Los pájaros también y las abejas. Leemos noticias en la red y miramos pasar una ambulancia. Contemplamos a la vecina que camina con sus pasos lentos hacia el abasto, y buscamos con el teclado las cifras de los muertos del día. Miramos paisajes remotos, casi siempre con agua, que nos parecen tan cercanos como la placita de enfrente donde los narcisos amarillos se mecen al sol.

lunes, 8 de junio de 2020

Sueños


En este encierro soñamos con piscinas olorosas a cloro. Damos brazadas con las que avanzamos en medio de un azul movedizo y contamos las rondas mirando de reojo el reloj que cuelga en la pared. Soñamos con lagos negros en los que nadamos sin ver más allá de lo que alcanza una mano, pataleando sin perder el ritmo, para que no se note que nos sostenemos apenas en medio del pánico a la oscuridad y al abismo. Pero sobre todo soñamos con el mar. Con ese mar que nos espera abierto, luminoso, transparente, quieto o encrespado. Ese mar en el que volveremos a hundirnos sin reservas cuando el miedo al contagio pase y nos demos de frente otra vez con la vida.

sábado, 6 de junio de 2020

Balcones


En este encierro extrañamos los balcones, las anchas terrazas invadidas de matas. Evocamos los patios de la infancia, de rojos ladrillos y grama escasa, donde los limoneros y los mangos crecían bajo el sol derramándose en frutas. Nos acordamos de aquella terraza con tumbonas de hierro que desperdiciamos cada mediodía. El balcón donde inventamos a los quince años el tono de contarnos los secretos. Los grandes ventanales que miraban al cerro. Las guacamayas azules y amarillas que cruzan hacia el este lanzando un grito al aire. 

miércoles, 3 de junio de 2020

Grito


En este encierro miramos aterrados un video en la tele, donde un policía blanco mata a un hombre negro. El hombre blanco clava su rodilla en la nuca del hombre negro que está postrado y maniatado en el suelo. El hombre negro dice ¡no puedo respirar! Diecisiete veces lo dice antes de desvanecerse. Alguien grabó con un teléfono la agonía de ese hombre negro que pide por su vida y por eso podemos verlo en todos los noticieros. Porque hay imágenes y sonidos, de pronto todo el mundo descubre una vieja y atávica injusticia. Y se desatan todas las furias y nos olvidamos del encierro y cada quien que tiene en el cuerpo un gramo de decencia lleva un grito apretado en la garganta.

martes, 2 de junio de 2020

Listas


En este encierro hacemos listas. La lista de lo que no se consigue en el abastico de la esquina: huevos, leche de avena, aguacates. La lista de los productos de limpieza que faltan: jabón para lavar la ropa, cloro, lavaplatos. La lista de los libros que estamos por leer, la de las series que pasan en la tele, la de los podcasts sin escuchar, la de las llamadas que no hemos hecho todavía. La lista de las cosas pendientes para cuando se acabe el encierro: cortarse el pelo, arreglar la llave que gotea, ir al cine, volver a nadar al aire libre, caminar sin angustia por el centro de la ciudad comiéndonos un helado enorme si es posible. 

lunes, 1 de junio de 2020

Piedras


En este encierro los niños dejan mensajes escritos en las piedras. Las piedras dicen, “stay safe” o dicen “thanks NHS” y aparecen en los materos del parque o en las barandas de los puentes, sobre los pretiles o a la orilla de los senderos. Algunas piedras están pintadas de blanco y escritas con letras rojas. La mayoría son piedras crudas con letreros en simple marcador negro. Casi todas tienen pequeños arcoiris en una esquina, como una firma anónima. Es el mismo dibujo que vemos en todas las ventanas. Un símbolo de esperanza y de agradecimiento que tal vez alguna maestra comenzó a pintar con sus alumnos y se volvió viral, como se dice. Sirven de santo y seña para hacernos saber que no estamos solos, que en alguna parte hay ahora mismo un niño pintando su saludo en una piedra.

sábado, 30 de mayo de 2020

Lunes


En este encierro seguimos usando la mañana del lunes para limpiar la casa. Lavamos el baño, aspiramos el piso, cambiamos las sábanas y las toallas, ordenamos la sala. No hacemos nada más ni nada menos, a pesar de la eterna amenaza del contagio. Tal vez el trapo con desinfectante repite otra vez el paso sobre alguna superficie. Pero de resto, el polvo se sigue acumulando en las bibliotecas, los vidrios de las ventanas siguen sin recibir el vinagre y el agua. En los rincones anidan todavía las arañas sin que nadie las moleste.

viernes, 29 de mayo de 2020

Alegrías


En este encierro buscamos la alegría donde sea que podamos encontrarla. En la sorpresa verde de abrir un aguacate. Al tararear una canción que recordamos a medias. Bailando un merengue mientras pasamos la aspiradora. En el olor de cada limón exprimido. En el tacto rugoso de una piedra que usamos como pisapapeles. En el encuentro feliz de una palabra que traduce perfectamente a otra. En el recuerdo exacto del olor de una casa que ya no existe más. En las flores que crecen en los materos porque saben que afuera la primavera despertó hace ya rato.

miércoles, 27 de mayo de 2020

Distancia


En este encierro sentimos el exilio como nunca antes. Cumplimos estrictamente con las normas, guardamos las distancias, saludamos y damos las gracias cuando otros se detienen para dejarnos pasar. Pero no nos ofrecemos para hacer trabajo voluntario ni para llamar a los viejitos que están solos. No nos anotamos en las listas de donantes de sangre ni contribuimos con los bancos de alimentos. No indagamos en el estado de salud de ningún vecino y ningún vecino nos pregunta si estamos bien. Tal vez porque cuando nos encontramos en el patio o en la plaza nos damos cuenta de que estamos vivos y eso basta. Nos limitamos a no interferir, a no romper las reglas. Porque aun en medio de esta pandemia nos sabemos extraños, y entendemos que la distancia que nos separa de los otros es mucho más ancha que los dos metros reglamentarios.


martes, 26 de mayo de 2020

Diario


En este encierro hacemos varios intentos de escribir un diario. A veces amanecemos con una buena frase en la cabeza y pensamos que puede llevarnos a otra frase y a otra. Pero al final de cada día aceptamos que en realidad no nos ha pasado nada que valga la pena anotar. Solamente esta espera, las rutinas, la calma. Ese tenso silencio que se escucha en la calle. Y los días que pasan y las cifras que suben. Cada número un ser de carne y huesos. Una persona que pasó sus últimos días mirando con ansiedad por la ventana y pensando que tal vez no sería mala idea retomar el intento de escribir, por fin, un diario.


lunes, 25 de mayo de 2020

Presentimiento


Patricia no quiere entrar al metro por el centro de la plaza. La verdad es que prefiere evitar completamente pasar por aquel lugar en el que vio por última vez un cuerpo que había dejado de ser Blanca. Así que baja por la primera avenida de Los Palos Grandes hasta la esquina de la avenida Francisco de Miranda y cruza a la derecha. Va por la acera esquivando peatones con bolsas, una señora que lleva un niño en un coche destartalado, los clientes que compran en un quiosco que de milagro sigue en pie vendiendo tarjetas de teléfonos, caramelos, bolsas de papitas fritas y dos o tres periódicos a los que apenas les quedan cuatro páginas y eso porque hay campaña electoral y la propaganda política todavía los sostiene. Entra al metro y deja que las imágenes de la reunión que acaba de tener con los hermanos Pérez Alcántara vuelvan a repetirse en su memoria. Sabe que tiene todo grabado, pero lo que quiere en realidad no es recordar una palabra precisa o una frase, sino una sensación. Porque hubo un momento en el que sintió, con total claridad, que algo no estaba bien. Ese radar para detectar mentiras, que había tenido desde niña, comenzó a hacer ruido en un punto de la conversación. Un ruido sordo, repetitivo. Como la alarma de un carro que se dispara en medio de la tarde.
Pero la conversación tenía su propia dinámica y no había podido detenerla. Cuando llegara a la redacción iba a poder escuchar todo otra vez. Pero en ese momento, mientras esperaba en el andén a que llegara el tren, su mente volvía una y otra vez a reordenar la escena para entender dónde había comenzado a sentir que algo no cuadraba. Había entrado en el apartamento de Francisco Evelio con una sensación de déjà vu. Todo estaba exactamente igual a la única otra vez que había estado ahí. La misma pared coronada de alambre de púas, las mismas cámaras de seguridad, el mismo vigilante en la puerta con la cara amarrada, el mismo ascensor privado que se abre directamente en el recibidor del penthouse. La misma mesa circular con un ramo de flores frescas, la misma muchacha uniformada que la lleva al salón y le pide que espere un momento por favor. Y ahí la memoria le da un salto y la conversación ya está a medio camino. Antes, en algún momento previo, debió haber preguntado si podía grabar. Seguramente puso el grabador sobre la mesa cuando le dijeron que sí, que por supuesto, que todos querían esclarecer cuanto antes el caso. Le ha preguntado a Francisco Evelio, el empresario, si la familia recibió algún mensaje de rescate. Hay una mirada entre Francisco Evelio y Marco Aurelio, el militar. Patty sabe que hay algo en esa mirada, algo que el grabador no pudo haber captado y que está solamente ahí, en ese silencio que tiene en su memoria. 
Mientras se sube al vagón, que por suerte no está lleno, intenta describir esa mirada. Se cuelga de uno de los agarraderos a mitad del pasillo, intentando no molestar a nadie ni pisar las bolsas de la señora que tiene enfrente, y busca esa frase que no se le termina de ocurrir. Una mirada preocupada, inquisitiva. Una mirada de advertencia. Una mirada cómplice, tal vez. Entonces se da cuenta de que fue exactamente ahí que comenzó a sonar la alarma. Justo en ese cruce de miradas hubo un sonido imaginario. ¿Dos espadas chocando? ¿Dos aleteos en el aire? ¿Un tambor que anuncia que ha llegado el momento de desplegar las armas? Le parece que justo ahí hubo una duda o una representación de la escena de la duda, ya no está segura. Francisco Evelio sacó un teléfono de una gaveta, hizo varios gestos sobre la pantalla y dejó correr la grabación de un mensaje. Su memoria vuelve otra vez a ese silencio que hubo justo antes de escuchar la voz del secuestrador o del mensajero de los secuestradores. En ese silencio la alarma suena más alto, porque el empresario saca el teléfono de una gaveta. ¿Por qué el empresario saca el teléfono de una gaveta? 
Las puertas se abren, salen varios pasajeros en la estación de Parque del Este. Casi nadie entra. Patricia de pronto se da cuenta de que es sábado. Vuelve a la escena del teléfono que está en una gaveta. Entonces retrocede y confirma que su memoria conserva nítida la imagen de Francisco Evelio respondiendo un mensaje en un teléfono que lleva en el bolsillo de la chaqueta que parece casual, deportiva, barata, pero no lo es. Está cortada a la medida y probablemente tiene adentro una etiqueta de seda con una firma que sus pares reconocen. Responde el mensaje con destreza y rapidez en el momento en el que José Antonio está entrando y saluda a Patty con un beso. Amable como siempre. Una breve distracción que permite un gesto furtivo. ¿Por qué el mensaje de los secuestradores está en otro teléfono, en un celular que nadie usa, que está en una gaveta? Entonces viene el sonido de la voz del hombre que dice tenemos a su hermana, si quiere verla viva otra vez tiene que seguir exactamente las siguientes instrucciones. La voz parece estar leyendo. Lee mal. Se equivoca. Repite lentamente una palabra: instrucciones. Entonces enumera. Uno: el monto en dólares. Dos: la cuenta bancaria. Tres: la fecha y la hora. Hay una despedida que incluye una amenaza. Nada de involucrar a la policía. Aquello parece de película. ¿A qué secuestrador en Caracas se le ocurriría recordarle a la familia de un secuestrado que no tiene que involucrar a la policía? La policía nunca investiga nada en este país, piensa Patty. ¿Y quién usa en este país el verbo involucrar?
Sale del vagón sin que nadie la empuje y lo considera una victoria, el anuncio de que tal vez algo va por buen camino. La palabra instrucciones se repite en su memoria. Sube las escaleras mecánicas con esfuerzo. Están apagadas, como siempre. La frase involucrar a la policía se repite en su memoria. Es la frase a la que va a volver más tarde, un par de veces, retrocediendo y parando la grabación, cuando converse con Carla, Nela y Juancho en la redacción. Ninguno de ellos va a sentir esa alarma que ella siente sonándole entre los oídos. Es verdad que parece medio de película, va a decir Juancho. Pero los delincuentes también ven películas. Es más, va a decir Nela sonriendo, capaz que se copiaron la nota de rescate de una de esas series gringas traducidas al mejicano. Entonces va a imitar el acento chilango con la gracia con la que hace todo lo demás y poco a poco el sonido de la alarma va a desvanecerse, no del todo, pero casi. 
Porque la verdad es que Patricia lo va a seguir escuchando en sordina durante el tiempo que le lleve escribir las tres cuartillas contando el secuestro y el desenlace fatal como si Blanca no formara parte de su vida, como si no la hubiera conocido nunca. Cada frase que afirma que hubo un contacto con la familia le va a sonar falsa y mientras escribe se va a acordar de aquel gesto de Francisco Evelio sacando el celular de una gaveta. Y se va a acordar de aquella mirada que anunciaba el inicio de algo, la puesta en marcha de un plan. Pero las tres cuartillas van a estar listas antes de la hora de cierre. Nela va a diseñar la página de esa manera elegante y precisa que le sale tan natural. Juancho va a elegir la mejor foto de Carla. Rodríguez va a estar contento aunque su cara enfurruñada nunca va a aflojarse cuando le diga que no está mal, que quedó redondo, que valió la pena detenerse un poco en esa historia. Y al día siguiente, cuando Patty vea el texto impreso, cuando repase otra vez la distancia entre lo que aparece en tinta sobre papel y lo que sintió mientras conversaba con los hermanos Pérez Alcántara, aquella señal de alarma va a estar sonando todavía. 

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Soy escritora y traductora. Venezolana de origen. Británica por adopción. Vivo en Edimburgo. Leo y escribo.