Cuando vienen y se quieren quedar conmigo, escribo cuentos y los dejo aquí.

jueves, 2 de mayo de 2019

Norte


El grupo que escapó por el norte no era grande. Nadie nos perseguía. Por eso pudimos atravesar el cerro sin apuro, por el camino de los españoles, dejando que los niños se pararan a jugar en el camino. Hacíamos pausados campamentos por las tardes y en las mañanas tardábamos en recogerlo todo y apenas nos decidíamos a volver al camino cuando el sol estaba ya bastante alto. Bajamos la guardia. Habíamos vivido demasiado tiempo con los nervios a flor de piel y la caminata lenta por el medio del bosque nos hizo recordar que había otra vida. Nos deteníamos a hablar con los campesinos que aceptaban los trueques. Seis huevos por una linterna. Una gallina por un viejo casco de motocicleta. Teníamos la decencia de pedirles permiso si íbamos a quedarnos por la noche en sus tierras. No sospechábamos de ellos y ellos no parecían sospechar de nosotros. Arriba en el cerro la guerra no existía. Comenzamos a bajar despacio al otro lado, siguiendo la vía más ancha cada vez que nos encontrábamos con una encrucijada. Cuando vimos el mar desde lo alto supimos que no había marcha atrás. Y aún así nos quedamos un par de noches más en la montaña escuchando el canto de las lechuzas. No sabíamos qué nos esperaba una vez que nos diéramos de frente con el mar. Toda orilla es una frontera y toda frontera es una herida. Desde el último campamento que hicimos en el monte contemplamos las olas con las que habíamos soñado tantas veces. Esa noche soñamos con barcos. 

No hay comentarios:

Archivo del blog

Datos personales

Mi foto
Soy escritora y traductora. Venezolana de origen. Británica por adopción. Vivo en Edimburgo. Leo y escribo.