No nos dimos cuenta de que estábamos soñando el mismo sueño hasta mucho tiempo después, porque a una de las muchachas más jóvenes se le ocurrió contar un sueño apenas abrió los ojos. Lo mantenía fresquito en la memoria. Soñé que el cerro se volvía una ola, dijo ella. Yo también sueño con olas enormes, le respondió la que estaba a su lado. Así fuimos escuchando los sueños de todos, a lo largo de días y semanas. Y descubrimos que muchos llevaban meses soñando con olas descomunales que no reventaban nunca. Maremotos estáticos. Masas enormes de agua que se hinchaban en el medio del sueño para no desinflarse jamás. Nos despertábamos con esas montañas de agua en el fondo de los ojos y después nos pasábamos el día entero mirando el cerro con una pizca de desconfianza. Los sueños duraron el tiempo que estuvimos escondidos en las casas más perdidas de las afueras, cuando ya no era posible rechazar los avances que hacían ellos cuadra por cuadra y tuvimos que aceptar la retirada. Calculamos mal su resistencia, su fuerza y su número. Parecían salir de debajo de las piedras, materializarse de la nada como dicen las crónicas que hacían los indios Caribes antes de trenzarse en el combate a muerte. Recibíamos refuerzos desde el interior. Oleadas tras oleadas de carne de cañón fresca. Pero ellos llevaban mucho más tiempo juntando tropas y contaban con ejércitos curtidos en guerras más lejanas. Cuando no nos quedó lugar para escondernos, el sueño se nos llenó de un mar en calma. Los maremotos desaparecieron de nuestras pesadillas y comenzamos a despertarnos con la mirada clara, inundada todavía por ese mar de un azul tan intenso como una promesa. Por eso algunos se fueron al norte. Porque leyeron literalmente el mensaje de los sueños, sin tomar en cuenta que una vez en la orilla el mar iba a volverse otro enemigo. Dicen que fue entonces que sus sueños se llenaron de sabanas abiertas.
Cuando vienen y se quieren quedar conmigo, escribo cuentos y los dejo aquí.
lunes, 29 de abril de 2019
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Datos personales
- Raquel Rivas Rojas
- Soy escritora y traductora. Venezolana de origen. Británica por adopción. Vivo en Edimburgo. Leo y escribo.
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