Tratamos de no acordarnos de cuando éramos niños. Pero al final siempre llega la noche y con ella los terrores más antiguos. Ruidos extraños se adueñan de la oscuridad y el insomnio se anida en el aleteo del más mínimo insecto. Vemos sombras moviéndose dentro de otras sombras. En esas horas que tardamos en dormirnos nos aterra la cercanía de la muerte y nos damos cuenta de una manera seca y abrupta de que puede no existir un mañana. El cuerpo todo, ese cuerpo a la vez tan íntimo y tan público, se nos llena de temblores y lamentos. Buscamos en la oscuridad otras piernas y brazos en los que sea posible disolvernos. Y encontramos sin falta otras caderas y quijadas, huesos y músculos también aterrados y deseantes. Las horas de la madrugada se llenan entonces de quejidos y jadeos. Uno que otro grito que no se sabe bien si es de dolor o de placer. En la alta noche no hay cuerpo prohibido ni maniobra vetada. Nadie se niega nunca. Porque sabemos bien que esta puede ser la última vez que al cerrar los ojos nos encontremos con el puro vértigo de estar vivos.
Cuando vienen y se quieren quedar conmigo, escribo cuentos y los dejo aquí.
sábado, 27 de abril de 2019
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Datos personales
- Raquel Rivas Rojas
- Soy escritora y traductora. Venezolana de origen. Británica por adopción. Vivo en Edimburgo. Leo y escribo.
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