Pero también estamos nosotros. Los que no podemos elegir. Los que tenemos que meter lo que quepa en un morral siempre demasiado pequeño y cargar con los niños y abandonar a los viejos para salir huyendo de la metralla y de las bombas cuando la guerra se nos mete en las casas y destruye cuadra a cuadra lo que fue hasta ayer el mundo conocido. Los que no podemos elegir ningún bando porque estamos demasiado ocupados escapando del fuego cruzado que nos deja en el medio, íngrimos y solos y muertos de miedo. Los que después de la carrera inicial y el sálvese quien pueda, todavía nos paramos en la primera loma a mirar para atrás sin volvernos de piedra. Los que vemos con horror que todo quedó destruido y que ya no hay lugar a donde regresar. Pero, aún así, cuando la batalla se termina porque no hay batalla eterna, regresamos a deambular con terquedad entre las ruinas. Agarrando a los niños con fuerza para que no se nos desmayen del hambre, caminamos entre los escombros de lo que una vez fue nuestro. Reconocemos lo que queda de un plato o una taza. La olla de peltre en la que tantas veces, hace ya tanto tiempo, tuvimos la alegría de recalentar el café a media mañana. Nos arrodillamos ante los restos del viejo que por fin descansa en paz, debajo de una viga que terminó de partirlo en dos con una exactitud misericorde. Le pasamos la mano por la frente, le pedimos la bendición o se la damos, y seguimos deambulando un rato más aunque sabemos que ya es hora de irnos. Sumamos a la carga alguna pequeña cosa rota: un cuchillo sin cacha, un ganchito de pelo, la cabeza sin cuerpo de una muñeca de plástico, un bolígrafo que apenas tiene tinta, una bolsa vacía que revuela en la brisa, una media nona, un chupón, una funda sin almohada, una gorra percudida, un tenedor retorcido, la esquinita de un cenicero roto, un yesquero amarillo que dice enjoy debajo de una carita feliz. El llanto de los niños nos regresa al camino y nos vamos andando sin saber hacia dónde. Pensando nada más que cualquier otro lugar donde no haya una guerra tiene que ser mejor que este.
Cuando vienen y se quieren quedar conmigo, escribo cuentos y los dejo aquí.
viernes, 7 de junio de 2019
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Datos personales
- Raquel Rivas Rojas
- Soy escritora y traductora. Venezolana de origen. Británica por adopción. Vivo en Edimburgo. Leo y escribo.
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