Me estaba tomando
mi tercer té de la mañana mirando a la plaza desde la ventana de mi
estudio. Había un ruido de pájaros en el aire y un sol
inseguro de primavera que está por llegar. Nubes acercándose desde
el norte. El viento se revolvía fiero entre las cuatro esquinas de
la plaza, buscando víctimas. El hombre se acercó desde la acera
luchando por mantener el paso firme. Llevaba un bastón en la mano
derecha y con la izquierda se sostenía una gorra que imaginé de
lana, curtida y oliendo a viejos sudores. Conté sus pasos junto con
los sorbos lentos del té con leche (me dicen que la palabra té ya
no se acentúa, pero los vicios viejos mueren lento). Hice
una apuesta boba: tres a dos a que va al café y no a la peluquería.
Perdí. Es mejor perder cuando no hay más testigos que una taza de
té y mi gato lamiéndose las patas debajo de la mesa.
(Continuará)
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