En este encierro agregamos un animal a la familia, que rápidamente se vuelve una razón para reirse en las mañanas y para enfurecerse por las noches. Una perra que aprende a abrir las puertas y a sentarse con todo su peso en nuestras piernas. Un ser vivo que exige cariño y atención y cuidados y tiempo; que nos invade las madrugadas y los domingos por la mañana y cada intenso minuto de cada día. Sin pausa, sin respiro, sin derecho a pataleo. Una lluvia persistente de pelos y saliva. Un sonido de uñas escarbando la alfombra a mediodía. Un suspiro profundo a media noche.
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