El
momento más emocionante de su llegada era cuando abría las maletas
y podíamos ver que estaban llenas de los paquetes rojos que habíamos
visto todas las navidades. No eran regalos. Eran triquitraquis en
docenas apretujadas. Los niños del pueblo los prendían de uno en
uno. Pero el tío Luis los encendía todos de una vez, desenrollando
la mecha larga que ataba las dos docenas de cada paquete. Entonces el patio o la sala se llenaban de explosiones repetidas tratatatatatatrat, de humo, de saltos y de gritos. Y el aire se inundaba del olor de la pólvora
mientras el tío Luis salía por una puerta trasera o se acurrucaba
en un rincón muerto de risa.
(Continuará...)
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