(Al estilo de Lydia Davis)
Era de los que te preguntaba, con toda seriedad, si te sentías
bonita y se quedaba mirándote intensamente para saber qué cara
ponías mientras pensabas una respuesta. Y mientras tú tratabas de
tomarte la pregunta en serio y le respondías que no, que sólo a
veces, que casi nunca, él iba como tomando nota y ya estaba
preparado para hacerte la pregunta que siempre venía después, ¿te
sientes bonita en este momento? Daba pena. Era como para reírse.
Pero él era así, alguien de otra época, que creía en la eficacia
de los piropos pretenciosos y sofisticados. Ya nadie empieza una
conversación con ese tipo de preguntas. Por suerte. Sí, pero no
deja de ser una lástima, ¿no?
.
.
.
.